Obra maestra
No sé si habrás notado que el cuadro y la candela
están en misma línea, en áurico rectángulo
de regla y de milímetro.
No sé si habrás notado las luces y las sombras,
disposición perfecta
iluminando zonas
(la vela por izquierda, clarísimo el detalle).
Los pechos de madura mujer del antesiglo,
los pliegues de las sábanas,
el cruce de las piernas.
Sin embargo, no es eso,
No es eso, amigo mío,
que convierte en maestra
esta obra, este cuarto.
Es la voz de la tierra,
el aroma de hembra morena e imperfecta
y el rostro acongojado que la dibuja fémina.
Nos conmueve el abdomen claroscuro y difuso,
las venas remarcadas, la chinela en el piso,
el aire de paisana, el despojado ambiente
de una niña que reina en soledad y reposo,
tranquila, despeinada,
feliz en su ignorancia
sumisa y bien probable
de futura matrona anciana y desdentada.
El despertar de la criada, Enrique Sìvori.
No sé si habrás notado que el cuadro y la candela
están en misma línea, en áurico rectángulo
de regla y de milímetro.
No sé si habrás notado las luces y las sombras,
disposición perfecta
iluminando zonas
(la vela por izquierda, clarísimo el detalle).
Los pechos de madura mujer del antesiglo,
los pliegues de las sábanas,
el cruce de las piernas.
Sin embargo, no es eso,
No es eso, amigo mío,
que convierte en maestra
esta obra, este cuarto.
Es la voz de la tierra,
el aroma de hembra morena e imperfecta
y el rostro acongojado que la dibuja fémina.
Nos conmueve el abdomen claroscuro y difuso,
las venas remarcadas, la chinela en el piso,
el aire de paisana, el despojado ambiente
de una niña que reina en soledad y reposo,
tranquila, despeinada,
feliz en su ignorancia
sumisa y bien probable
de futura matrona anciana y desdentada.