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Teratología del poema

Teratología del poema
A René Magritte. “Descubierta”, 1927


Pongo esmero en buscar
la palabra ideal,
bálsamo o teofanía,
para cerrar un poema trashumante.
Intento por ahí:
“avispero”, “vesanias” o “zozobra”.
Todos queremos descubrir una:
la última palabra que nos nombre,
como encuentran los pintores
una imagen de mujer pantera.
Sabemos que morirá con el idioma,
y no obstante,
ansiamos salir victoriosos
de la batalla inútil,
e instamos vanamente su conquista.

Veces hay, en que tropezamos
con otro poeta anterior
que usó una misma palabra
como “una flecha”,
para su final apoteósico.
Sentimos entonces,
el oprobio de la ofensa,
una mutilación.

Semejante orfandad de filigranas
nos bautiza con prístino desdoro.
Le da una cachetada a la soberbia,
a ese autócrata pontífice del verso
que creímos ser
y nos regodeaba en falsas latitudes.

Pudo haberlo dicho, Jaroslav, el Sabio:
La creación es fruto comestible
que parte de semilla en arados campos,
y se vuelve semilla
que el viento
en exordios tempestuosos
desbarranca.

Un cierre repetido
es una contienda con su génesis.
Créeme, lector:
La última palabra es el poema,
y el poema requiere una teratología
de caza de brujas.

©Lucía Folino

Un café en la tertulia de Lucía Folino

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