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El toro de Falaris

El toro de Falaris
A Soren Kierkegaard



Cuando, por fin te conocí,
(yo ya te amaba)...
el reloj de arena
denegó marcar el viento del desierto;
los dictadores
dejaron de importar
en nuestras vidas veladas
por malas películas;
las castañuelas sonaron
por primera vez
como era menester;
los fuegos de artificio
dibujaron figuras en el cielo,
en rituales que gastan
cualquier pandereta
y cualquier abanico
de flamantes carnavales.
Oda imprescindible,
un señor con bastón
y sombrero,
tierno hijo de Satán,
indefectible,
aparecía entre roscas,
manipulaciones
y versos de luna llena.
El precinto de sus obstinados tiradores,
amantes del merengue y las Lolitas
por gitano a desgano,
roía la corbata y los calcetines.
Sobre todo,
era un esposo fugaz de peluqueras,
fornicador extravagante de albañiles,
codiciando becarias
como un lobo astuto
que desea las verdes uvas
de bodegas costeras
y se toma el vino
de la boda
sin pagar el precio del vaso.
Envidiado por los hombres,
arrobado por sus dioses
“que no existen”,
escribió Nerón en su diario,
fabulador veterano de
corsarios frustrados
como abogados perdidos
en selvas de Salgari.
Patrón de la malicia.
Colchonero de albricias.
Nosotros fuimos sus testigos,
¿A dónde se dirigen
sus medias caídas
demoradas por el tiempo?
Las adolescentes corrían a sus brazos,
y él que sí
que sí,
que se deja querer
dando súplicas
para impedir ser atrapado en su sueño
de varón y libre
y joven perro viejo
arcabuz noctámbulo,
escéptico de amores sempiternos.
Estudiante perpetuo
de enredaderas, casinos
y masonerías.
Peregrino y trovador.
Padre y madre de sus hijos,
viudo de sus exmujeres,
novio ausente,
fabricante de maniquíes,
maniqueo obvio
de payasos
con talón de Aquiles.
Aroma la ciudad su Manzana
de las Luces.
Frescura marítima
de pescador de red.
Fragante y dulce sabana,
huelen a tinta impenetrable
sus codos y rodillas.
Se acuestan con los mares
océanos y ríos,
sus costillas torcidas,
sus banderas redondas.
La pequeña espalda
luce fuerte como pocas,
¡Si Sansón es tan frágil a su lado!
Debajo de su lengua
un caramelo inmoto
taladra cada músculo virginal.
Y pierde el pelo
pero no las mañas.
Encuentra duelos
en corridas misteriosas
del toro de Falaris
en Las Rosas del poeta.
Nunca me ha confesado su amor,
su desconsuelo;
jamás un gesto,
siempre una coartada
de seductor
bifurca el sino de la gloria.
Las llaves de la puerta de su casa
quedaron atascadas
en los bares de la esquina,
en copas de cristal,
manchadas de humedad,
diacrónicas en la melancolía
del alcohol de quemar,
como hogueras perdidas.
Ciertamente estará en el coro
cantando un hallelujah.
Hallelujah

©Lucía Folino

Un café en la tertulia de Lucía Folino

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