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La auxiliar de enfermería

La auxiliar de enfermería



“Si lo dejáramos todo en paz y renunciáramos a
arreglarlo, ¿qué podría suceder? ¡Nada!
Sencillamente nada.” Fedor Dostoievski - El doble.

“Yo soy un haragán de formación católica” Juan José
Millás. Contables y poetas.



Enjuta y pedernal, hasta medrosa,
camina por la pieza y los pasillos,
solícita se lleva alguna chata
que no le corresponde
(la compañera estaba de licencia).
Hay un silencio antártico en la sala,
lo ve y se persigna; sigue el viaje.
El suero se le acaba a cama cinco.
No llegará el doctor hasta mañana.
¿Dónde están los pañales de repuesto?
El paciente ha vuelto a hacerse encima.
Le pide a la familia retirarse,
evita que se sienta
el olor a la caca del enfermo;
y después de lavarlo
lo consuela.
Un médico de abortos clandestinos
que fue de vacaciones al Caribe,
ayer quiso acometerla.
Es joven, es bonita, tiene sueños,
un mapa de progreso la perturba
y amojona inyecciones como estacas,
tratando de encontrar imbricaciones,
remoliendo las briznas en morteros
con pereza o hastío;
nomenclaturas de predestinados cadáveres
y pestes en fórmulas ignotas
despejan la carretera.
En propinas, los fardos de monedas
no alcanzan a entramar
sus títulos jerárquicos.
Detener la hemorragia es el anverso,
la premura es lavar vómitos cáusticos,
mitigar los insomnios con cuidado.
La auxiliar trapichea con el asco,
despatarra los miedos a la muerte,
bambolea la vida que contiene,
sin glamour, con sus modos,
sencillamente,
inocua por contraste.
La auxiliar es mejor que una poesía.
Es la obra del arte del alivio.

©Lucía Folino

Un café en la tertulia de Lucía Folino

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