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El dardo

El dardo


Cuando una halla la religiosidad,
lo infinito,
la fe en el amor,
enseguida se anotan las Iglesias
para hacer su agosto,
los fatídicos gurúes,
los profetas de tarifas inescrupulosas.
Después, esa gente
te vende un seguro,
por si quiebra tu compañía de seguros
y te planta sus séquitos dorados.

Como estos viles
tampoco tienen pensado abdicar
por el momento,
tendremos que seguir manteniendo
patronatos y templos,
imperios y reinados
de cultores de la miseria.
Entonces, quiero pegarle
a una rica heredera desconocida,
que va por las calles,
mostrando cruces de plata,
ufana de sus limosnas.

Detesto a los poetas profanos
que estiman la belleza
como si fuera un mérito
o un atributo de Dios.

No es que desprecie
su presunta elegancia
de conducta intachable
o su refinada parsimonia.

No es que señoras como esas
sean malas o tontas.
¿Por qué iban a serlo?
Les tocó andar por la vereda del sol.

Hablan idiomas,
lucen brillantes las melenas
tratadas con buenos productos
desde sus nacimientos en cuna de oro.

Para ellas, el otro, los otros,
son apenas rodamientos útiles,
conejillos de indias de evolución transitoria,
mano de obra barata, confinados clientes,
público manso que las aplaude sin cesar.

Lo que me ocurre
es que nunca se cuestionan
la desigualdad.
Sus cenas de gala para tristes caridades
alimentarían ejércitos.

No hay extrañamiento
en su rostros estigmatizados
por la prejuiciosa civilización.
Ellas sostienen el sistema.
No se incomodan ni exasperan
porque no hay necesidad.
Son especies diferentes de nosotras.

Se proclaman nobles Venus,
hetairas superiores.
Escapan espantadas
si se las encara de frente,
aúllan de dolor
si se las denuncia por escuálidas cretinas.

No entienden
y sollozan injuriadas
llamándonos: resentidas,
mientras sus caballeros
las consuelan
con vanagloria de sultán
y tesoros conseguidos
por apropiación viril.

No le es dado comprender
que cada cual
defiende lo suyo;
y nuestra supervivencia
depende de este grito ahogado
que lanzamos como un dardo
por no descuartizarlas.

©Lucía Folino

Un café en la tertulia de Lucía Folino

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