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Índice

Índice (con las páginas respectivas del libro Premio Consuelo)



5. Dedicatoria
7. La humilde condición de los pobres
9. Escribo y amo
12. Porque
16. Luca
21. Cine, Matemáticas y cartón pintado
26. Progne golondrina
31. Despedida a Ángel González
35. Narciso
37. Árboles frutales
39. El bronce y el barro
45. Consejo
48. ¡¡¡Minga!!!
51. Renacuajos (Güillegüilles)
55. La auxiliar de enfermería
58. El dardo
64. El toro de Falaris
71. Oda a la lavadora automática
74. Mujer con megáfono
78. Fedra
80. Semana izquierda
82. Friné y el paso del tiempo
84. Espiando por el ojo de la cerradura
86. La medusa
88. Enhoramala
90. ¡Au!
95. En la cocina
97. Plutón
100. Amantes
102. Teratología del poema
105. El ombligo de la tarántula
107. Koalas
110. Obra maestra
112. El croquis frutal de la aurora
114. Anáfora
116. Desnudos
120. Biografía


Desnudos

Desnudos 


¿Quién puede resistir la desnudez del Amor?
Pese a quien pese, en este orbe inapelable,
aún sigo en pie y por fortuna, todavía coleando.

Anáfora

Anáfora


Hasta que seamos sensatos.
Hasta que la gente lo entienda.
Hasta que aprendan a respetarse.
Hasta que las velas no ardan.
Hasta el día en que caigan rayos de punta.
Hasta que llegue el Mesías.
Hasta que Dios nos avise.
Hasta la noche de los tiempos.
Hasta el domingo que viene.
Hasta la vuelta.
Hasta que digas lo siento.
Hasta que cumplas tu promesa.
Hasta el año inminente.
Hasta que haya democracia legítima.
Hasta que me den el Premio Nobel.
Hasta que se termine la plata.
Hasta siempre.
Sinceramente.
Hasta la médula.
Hasta nunca.
Hasta que haya paz.

El croquis frutal de la aurora

El croquis frutal de la aurora


Por ocultar desfachateces
se hicieron cargo del exterminio y de la risa,
mientras clamaban mutis por el foro
y cerraban el pico.
Se aliaron a las grillas poderosas,
aunque vieran llover tras las ventanas.

Ahora es lo que queda:
el destello de una defensa
y la certeza de que se actúa
bajo amortiguadas convicciones
y no para pagar el costo atávico,
porque no hay que cambiar de camiseta
y saltar a tierra firme,
ni siquiera cuando el barco
se está hundiendo,
mojada su epidermis por la tormenta cadavérica.

El pueblo necesita guías,
líderes,
espíritus que los lleven a la gloria.
Volvamos a dibujar el mundo
con crayones de niño en kindergarten.

Ya ves. Me siento fuerte
cuando te tengo al lado,
rozando tu mano señorial
el croquis frutal de la aurora.

Si la propiedad no existe
me pido vivir en la mansión,
no en la choza.
Si hay un amor que existe
cabe en esta gotera.

Obra maestra

Obra maestra


El despertar de la criada, Enrique Sìvori.


No sé si habrás notado que el cuadro y la candela
están en misma línea, en áurico rectángulo
de regla y de milímetro.
No sé si habrás notado las luces y las sombras,
disposición perfecta
iluminando zonas
(la vela por izquierda, clarísimo el detalle).
Los pechos de madura mujer del antesiglo,
los pliegues de las sábanas,
el cruce de las piernas.
Sin embargo, no es eso,
No es eso, amigo mío,
que convierte en maestra
esta obra, este cuarto.
Es la voz de la tierra,
el aroma de hembra morena e imperfecta
y el rostro acongojado que la dibuja fémina.
Nos conmueve el abdomen claroscuro y difuso,
las venas remarcadas, la chinela en el piso,
el aire de paisana, el despojado ambiente
de una niña que reina en soledad y reposo,
tranquila, despeinada,
feliz en su ignorancia
sumisa y bien probable
de futura matrona anciana y desdentada.

Koalas

Koalas

Las tres Gracias, de Rafael Sanzio de Urbino.


Vestidas sin vestido,
perfumadas sin boda,
ilícitas al hombre
de los sueños prohibidos.

Fugaces como cúmulos
de blancos nacarados
que perforan la lengua y los percheros
devoran
con tules que no existen,
inocentes gacelas.

La caja de Pandora
aprieta entre sus alas un lucero.
No hay duelo
ni vapores ni brumas ¡ay!:
El día de mañana es nuestro día.

La mano que se posa en otros hombros
inflama los tizones y acoraza.
La cruz cuece las nalgas,
el pubis perspectivo,
dos ombligos fulgentes
y la sombra de escarcha.

Vanidad en los huesos
con tibios pies descalzos
de paisaje insurgente
y una duda cercana con aroma a eucalipto...
Un temor diletante
maldice sus pupilas,
estrecha sus koalas,
empequeñece el cielo,
las desata, delata
y agiganta.

El ombligo de la tarántula

El ombligo de la tarántula


Nude Sitting in an Armchair de 1926.
Henri Matisse

“En su zócalo escribiría injurias
Y el nombre de mi peor enemigo.”
Robert Desnos.

Con pómulos sudantes,
con pechos alcalinos,
la viuda del amor
esparce sus contornos al amante.
Discípula de Desnos
ante Eros,
hija astral de la tiniebla perfumada,
su cuerpo redundante
de mujer tarántula
aguarda en las estrellas su equinoccio.
(knocking on heaven’s door)
preñando luces su ombligo cimbalista
y en sus piernas maduras
los años que aún quedan por gozar
se espantan.
La picadura de la araña
del veneno melancólico
que solo evanescerse puede
al esfuerzo agitado
de una prosopopeya imaginaria,
accidentalmente,
la prejuzga, la empeña y la oriflama.

Teratología del poema

Teratología del poema
A René Magritte. “Descubierta”, 1927


Pongo esmero en buscar
la palabra ideal,
bálsamo o teofanía,
para cerrar un poema trashumante.
Intento por ahí:
“avispero”, “vesanias” o “zozobra”.
Todos queremos descubrir una:
la última palabra que nos nombre,
como encuentran los pintores
una imagen de mujer pantera.
Sabemos que morirá con el idioma,
y no obstante,
ansiamos salir victoriosos
de la batalla inútil,
e instamos vanamente su conquista.

Veces hay, en que tropezamos
con otro poeta anterior
que usó una misma palabra
como “una flecha”,
para su final apoteósico.
Sentimos entonces,
el oprobio de la ofensa,
una mutilación.

Semejante orfandad de filigranas
nos bautiza con prístino desdoro.
Le da una cachetada a la soberbia,
a ese autócrata pontífice del verso
que creímos ser
y nos regodeaba en falsas latitudes.

Pudo haberlo dicho, Jaroslav, el Sabio:
La creación es fruto comestible
que parte de semilla en arados campos,
y se vuelve semilla
que el viento
en exordios tempestuosos
desbarranca.

Un cierre repetido
es una contienda con su génesis.
Créeme, lector:
La última palabra es el poema,
y el poema requiere una teratología
de caza de brujas.

Amantes

Amantes

(el mismo amor, la misma lluvia...)

Se demoró en la orilla de su amante
al ritmo de los alerces
mecidos por el vendaval interno
de un vino dulce.
Intensamente la enfundó en su pecho.
La cubrió de un rumor sin comentarios,
acariciando el aura con sus yemas,
el cielo entre las manos.
La plegaria
inscripta en una piel,
fue su refugio,
satisfecha y saciada su vehemencia
bromeó,
juzgó a las olas,
se deshizo en diagonal al sol,
entre las sábanas;
su voz era el templete del consuelo.
Fue en el día anterior a que olvidara
el nombre de la flor de la lujuria.

Plutón

Plutón



No me importa, Plutón,
que algunos nieguen
que estás en nuestra órbita
cercano.
Ni me importa
la niebla de los tiempos,
que apenas los científicos balbucen.
Solo sé
que si hubiera muerto anoche,
seguirías flameando en el sistema
que me acoge y respiro.
Y sé, también
-a tientas mi confianza-,
que si hubiera sabiduría
entre la incertidumbre
que acorrala el despótico destino,
no serías excluido
como un paria de otra casta
a un cielo de fronteras.
Te honraron como Dios
y Rey de los Infiernos
aquellos que te echan.
Volverás, ya ves
-podría ser que de verdad volvierasen
el ínfimo universo
de posibilidades oscuras
que aún nos depara
la fatal veladura,
a girar ante el gran sol,
a convivirnos,
mientras brillan desde lejos,
los rezagos de luz
de este planeta
que habrá perdido el cuerpo
en la zozobra.

En la cocina

En la cocina


Un silencio de muerte en la cocina,
la pava hirvió sin agua para el mate,
un sifón se ha caído de la mesa
al golpe de tu cara sobre el plato.
Viajar era soñar con otros mundos
frondosos más allá de la tormenta,
en años de promesas y de exámenes,
de vejación y alcohol de madrugada.
El simple acto de urdirlo era una fiesta.

De repente la luz
venía a provocarte hasta la náusea
y amabas con la fe de adolescente
las pardas comadrejas del establo.
Una vez te soltaron de las riendas.
Tropezaste un paquete con pastillas
en piernas azarosas y cimbreantes,
un apretón de brazos que traicionan
por miedo, mucho miedo…
y tu cielo creyó que era la Vida.

¡Au!

Au!


Todos los días son el día de la madre.
¿Por qué entonces,
tengo que lavar los platos,
planchar las camisas con apresto,
pasarle la fregona al piso
como manda la ciega propaganda,
mientras ellas,
prostitutas,
inconscientes,
sin títulos ganados
sin decencia,
comprando sus escaños
a la innoble conjura de perversos,
con sangre entre las palmas,
serán las presidentes del futuro?

En mi fe se depositan
la Religión y Dios,
la ética, la calma.
La cura del postrado,
del viejo, del enfermo.
El porvenir vendrá y está en mis manos.
El esfuerzo de conseguir las metas
nos desvela. Nos ata.
¿Lo estás viendo?

La aridez de la sal de la sabiduría.
nos perturba e incita.
No dejes tus armas de juguete en la sala
aunque bombardeen Irak
y la pantalla del televisor se manche
con locura de ebrios bipolares.

Ordená tu cuarto.
¿Cuándo te lavarás los dientes,
hija mía,
sin que tenga que arrearte
cada noche?
Total, que perderás los dientes
poco más de cumplidos los cuarenta.
La odontología es cosa para ricos,
igual que esas narices que han comprado
en un remate de felicidades.

Todos los días son mi día, y sin embargo
mis días de tu edad están lejanos.
Amarrados al baúl de los recuerdos
los ornatos de la boda,
más distantes auguran
auge, los juegos con Alicia,
ausencias que
aumentaron el número de televidentes de una
audiencia espesa y
auspiciada.

Ausencia de lo
áureo, de lo
áulico. Y
aunque sea un estúpido lamento pido
auxilio,
auditores. Un
auxilio que
ahuyente los
augurios.

Aún soy una
augusta que aquí
aúlla.
Au au au au au …

¡Cómo duelen los años del pasado!

Todo tiempo de ayer nos entristece;
nada pudo evitar que haya tres muertos
- tres pobres policías muertos en los bares,
- tres pobres ladrones muertos en las calles,
- tres pobres prostitutas muertas en albergues,
- tres pobres madres muertas por minuto,
en un día de sol en que la prensa
nos dedicará poemas y canciones

a vos, querida hija del alma,
a vos te estoy gimoteando,
que creés que me complace
el último DVD que está de moda.

Y a usted,
aunque no lo sepa,
a usted también le hablo.

Au au au au au...
(y sigo hipando)

Enhoramala

Enhoramala


Desnudo en la cama.
Lucien Freud


Enhoramala.
Lucien Freud me ha asesinado.
Ha vuelto a hacerlo,
una vez más,
ha vuelto a hacerlo.
Su martillo ha esculpido mis caídas,
llevándome a la cama moribunda.
Mi amado
petrificó en sus brazos homicidas
el cautiverio de alas perturbadas
en sueños e indignísimos naufragios
de garzas y esqueletos.
Lucien,
tu apellido ya no puede salvarme.
Te apiades, ay de mí,
que yo soy esa.
Traspuse el paraíso
hasta su fondo,
en el espacio inmóvil
de su costado anverso
y fui perdida.
¿Dónde está lo sagrado
del instante fugaz,
fea forma de
la huidiza palabra de la muerte,
bebida en vino áspero
y lentas sedas obstinadas?
Acaso esté detrás
del biombo negro, quizás,
sea el murmullo del incesto.

La medusa

La medusa
El Amor, según Parmigiano


Como el ternero albino que una madre gestara,
aparece en escena su cuerpo mitológico:
el Amor que deslumbra cuando muestra su cara
ambigua y elocuente del sesgo cosmológico.

Y así, oblicuamente, endulza la armonía,
nos redime del mundo oscuro del fracaso.
nos devuelve la luna que se va y no se fía
de la flecha iracunda que se oculta en su abrazo.

Montado está en los libros de fiel literatura,
aparece en la hora de los cantos profanos,
el más cruel de los meses, con su genio y figura
cría cuervos y escuece detrás de los arcanos.

La peña se impacienta, enloquece, se abruma,
no entiende de razones, llamándolo Medusa.
¿Acaso existe algo más bello que la espuma
de sus sierpes nevadas de una piel sin excusas?

En su paso arrebola la hoguera con su flama
y al mirar petrifica los pechos virulentos.
Prensil de su sombrilla, con el beso proclama
que el rico es menos rico, si no vive de cuentos.

Espiando por el ojo de la cerradura

Espiando por el ojo de la cerradura

Mujer inclinada, Pierre Bonard

Te imagino desnuda entre las gentes,
oliendo a glicerina y a rocío.
El espejo del baño se ilumina
al gesto de la esponja;
y los jabones
te soban
y perfilan la pereza
de súcubo furtivo y milenario
que atisba la pigricia de un encuentro,
comercio de las carnes portentosas,
ansiada vehemencia del estuario.
Inclinada estás con piel y providencia;
lastima al desencanto tu reflejo
supersticioso
y, escondidamente,
esquivas los negrores de este mundo
desafiando la calma
sin recato.
La luz se precipita y cae la noche,
sin enmiendas ni métodos ajenos,
con maña de varona acostumbrada,
los vaporosos pechos acicalas,
las piernas suaves, los cabellos brunos,
la tersura se acopla a tus plegarias,
te tanteas,
te entregas,
te acaricias...
Mañana es otro día de rutinas
no temas, el amor está que bulle.
La belleza es motivo de indulgencia.
Prepárate al placer que se hace tarde.

















Errata: Se acopla en lugar de "se entrega".

Friné

Friné y el paso del tiempo


¿Quién sabría que el futuro era un embozo
de avatares, axiomas y conflictos?,
¿en qué hora del invierno nos devora
por medio de su turba inexcusable?
Nunca es útil cargar por las espaldas
el cielo que bifurca nuestro espectro.

La vida es una dádiva que enciende
sin chistar la ilusión de una presencia
migratoria, ascética, ermitaña,
y el cangrejo sensual llevando en brazos
a Dionisio con su vid y con su yedra
enamora a Friné, que lo conmueve
en su virtud de hetaira complaciente,
prejuzgada por dioses y acusada.

La Eros Afrodita fue absuelta por castigo
a la hermosura.
Detrás de su mirada iba la vieja
estirpe de las carnes truculentas.
Morir, no envejecer, es el mensaje
que venden como insigne sacramento
los óleos de una Iglesia devastada
en el mármol de siglos zaheridos.

No hará falta esperar hasta mañana:
detrás del abanico está la herrumbre.

Semana izquierda

Semana izquierda


Amaneció con sueño mi timón izquierdo.

Tendrán que esperarme
siete días
los profanos vestidos,
los íntimos perfumes,
el catálogo de la agencia de viajes.

Esta semana será
palazo y derrotero por los sindicatos,
escombros, sable y bayoneta.
Sonarse la nariz sin quitarse los mocos.

La vida es esa ambivalencia
donde icono y elemento se confunden
y se expulsan.

Menos mal,
que la llevamos puesta
y bien entrenada.

Fedra

Fedra
Ho ogni furia d´amore-
Racine.
Sola ante mí misma.
Impropiamente desnuda,
seca y astillada en piel,
desalbergada
en trazos del tiempo fenecido,
microscópica,
almacenada
en la infausta turbulencia de los años,
segmentada dentro de un orden,
exangüe y fragmentaria en la arrogancia,
subrogada en tiranías umbrosas,
cursi hipopótamo anónimo,
escéptica,
resumen crucial
de novelista deplorable
y trituradora de asquerosidades mundanas,
escalpelo del bosquejo,
hilacha de perezas y furores,
padeciente de injurias denostadas,
con mi santo y seña a cuestas,
centinela imperdonable,
remolona que se condena
en enredaderas liliputienses,
incognoscible, suicida,
bravía a tumbos,
edificio en ruinas con visillos de mal gusto,
doblegado sauce llorón,
quebradiza, demudada,
heme aquí, como Fedra,
sola.

Mujer con megàfono

Mujer con megáfono

“...quisiéramos saber qué piensa
esa chica inmóvil trepada a un ceibo.
¿Estará arboreciendo?
Silvina Ocampo.


Gran Tiranosaurius Rex.
Últimos días de marzo del 2006.

No sé si debiera contarlo.
En la tarde, casi noche,
ella, la mujer funambulesca
inaugura este cuento
huérfano de fobias y de cólera
y se pronuncia:
El teatro abovedado acaba de morir.
De la víscera galopera de una mujer furtiva
nace un dragón ontológico,
se transforma en culebra purulenta,
envuelve aquel cuello, tres veces,
y escupe filamentos de plasma y fuego.
Ruptura definitiva de arte y pavimento
en la costra untuosa de la Avenida Corrientes.
Las columnas tiemblan por el estrépito.
Se agitan las hormigas de la acera.
Las apócrifas estrellas del cielo del Ópera
escapan
y cruzan la calle
en busca de malos agüeros,
martillando con penachos
la incipiente madrugada.
Los policías uniformados,
vestidos como crueles civiles,
reprimen y golpean con violenta ferocidad.
Tras las horas,
muellemente,
la voz de la mujer se aquieta.
El castor flota en el aire.
La víbora desanudándose se repliega
y vuelve a acurrucarse
en la región abdominal.
El teatro ha perecido.
Derrotada cae su legendaria máscara.
Los ciempiés de la noche lo velan en silencio.
Ministros y funcionarios negarán los sucesos.
Desde hoy,
queda prohibido,
en cualquier rincón de la patria,
hablar de señoras con altoparlantes,
de trombas,
de escenas partidas en dos,
de caballos desbocados,
de aciagos lanzallamas en teatros muertos.
Y niegan, y reniegan con necedad.
Insisten en negar que se oye,
desde lejos,
—aunque se los oiga hocicando—
que la serpiente dejó un nido de huevos
en cada foco de luz
y crecerán nuevos pichones
que espolearán viejos venablos,
porque la mujer se transformó
en tronco de árbol
y de sus insignificantes ramas
cuelgan
parapetados megáfonos vesánicos.

Oda a la lavadora automática

Oda a la lavadora automática

Oh, diosa del Olimpo de la Casa.
Noble chicharra.
Gladiadora incombustible.
La Brigada de Mujeres Impacientes
te saluda
y da las gracias,
con voz trémula y vergüenza
por tu Linterna mágica.
No sea cosa,
que el lírico poeta
emblemático y brillante
diga ominosa
esta oda de amor y reverencia.
Centinela en metal,
libertaria de zíngaras
en la siesta.
Si es lícito compararte
al fiel cordero,
al marido amante,
te comparo
y que engulla el mezquino piletón
sus miserias,
su eco de pavor.
La libre expresión de las paganas,
femínidos grumetes manifiestos,
sea el Numen
que el servicio que prestas
nos regala
a la grotesca inercia de gaviotas,
de avatares cotidianos
y oropeles.
Te redimo y corono,
humilde bienhechora,
dispuesta a acompañarnos
en el tramo bizarro de las vidas,
que cóncavas en tu tambor
se exhalan.

©Lucía Folino

Un café en la tertulia de Lucía Folino

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